Djokovic dibuja un corazón con su
raqueta sobre la arcilla de la Centrale.
Acaba de ganar el Masters 1000 de Roma
a su enemigo más íntimo, al emperador de Italia. Rafa Nadal, que busca el octavo título en esta pista, sucumbe al
poderío del número 2 del mundo. Un aviso para Roland Garros, el torneo supremo sobre arcilla, que arrancará el 25
de mayo. El trono está en peligro. En serio peligro. A Rafa le acecha el
serbio, siente su aliento cada vez más cerca. Es la hora de los gigantes, como
ha venido sucediendo en los últimos cuatro años entre ellos, donde se han
repartido casi todos los premios.
En Roma, sobre un terreno pantanoso, impropio
de un torneo de esta categoría, el vigente campeón cede tras 2 horas y 19
minutos de lucha. Otra larga batalla (el cara a cara número 40 entre ellos), de
la que resulta malparado en el resultado, pero consciente de que de haberle
acompañado el físico seguramente hubiera sido distinto. Djokovic gana por 4-6,
6-3, 6-3 y grita al cielo de la capital romana su enorme alegría por la
victoria. La grada está con él, tiene mayoría, y su respuesta es contundente.
Aplasta poco a poco al campeón de 13 grandes y extiende la racha triunfal a las
cuatro últimas finales (Pekín, Masters
de Londres, Miami y aquí en Roma).

Pero el partido
es otro. El ganador de 18 Masters 1000
(dos de ellos en Roma) hasta esta fecha le discute al número 1 la supremacía
sobre arcilla a base de golpes profundos, brillantes, planos. La bola se alía
con el serbio, que inicia la segunda manga rompiendo el saque a Rafa y
avistando un mundo nuevo al otro lado de la red. Surge entonces el jugador
imparable, descomunal, que tira el revés cruzado a la velocidad de la luz y lo combina
con una derecha eléctrica cuando la pelota le llega alta. El set se hace cuesta
arriba para Nadal, cada vez más alejado de su mejor versión. Con 3-1 resurge el
español, para romper a Nole. Pero al
siguiente juego llega la contra réplica. Djokovic se coloca con 4-2 y se siente
acreditado para equilibrar el partido y llevarlo a un tercer parcial decisivo.
En éste, de
nuevo se pone en ventaja el serbio rompiendo el servicio de inicio. El partido
pende de un hilo para Rafa, que defiende con uñas y dientes su suerte tanto en
el tercer juego (salva dos puntos de rotura) como en el quinto. La casta del
ganador de 27 Masters, su espíritu
indomable, le permiten acosar a un rival lanzado. Le frena, le intimida. Tira y
tira para provocar los errores de Djokovic, que se ve con un 3-3 inimaginable minutos
antes. Hay partido. Ruge la grada del Foro Itálico. Se desatan las pasiones.
Pero reaparecen los problemas para el mallorquín, que se ve contra el
precipicio cuando Nole le arrebata el siguiente saque sin discusión. Es el
Djokovic que ya no se arruga, que conoce los resquicios por donde aplacar al número
1. Tirar profundo, raspando las líneas si es necesario. Nadal suplica tener más
piernas, más energía. Pero no hay reservas. El depósito está vacío. Y llega el
desenlace, que otorga el título al mejor, a Novak Djokovic. Los datos descubren
algunas causas más: 46 ganadores del serbio frente a 15 tan sólo del español. Y
un porcentaje mínimo de winners con el segundo servicio, la verdadera lacra de
Rafa.
En una semana
llega Roland Garros, donde Rafael Nadal
Parera, campeón en ocho ocasiones, defiende el título y el escalón más alto
del ranking. Tras una semana intensísima, de enorme presión mental y física, el
español necesita recomponerse en ambos aspectos. El asunto promete. Nos aguarda
un torneo apasionante. París bien vale el noveno.